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¿Cabrujas escribió que Claudio Fermín es un "sustituto del azúcar"?

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La cita "Más que un hombre, Fermín es una teoría, un sustituto del azúcar, un apotegma viviente y demostrable aunque no demasiado tangible" sí pertenece a una semblanza que José Ignacio Cabrujas publicó en 1991 sobre el entonces precandidato a la Presidencia y, 30 años después, aspirante a la gobernación de Barinas. Lea el texto íntegro en esta nota

Tras ser elegido alcalde del municipio Libertador de Caracas (1990-1993), competir por la Presidencia de Venezuela en los reñidos comicios de 1993 (segundo lugar con 23,60% de votos) y colarse como uno de los apenas cuatro opositores en la Constituyente de 1999, el ex adeco Claudio Eloy Fermín (71 años) ha tenido un polémico revival político durante el gobierno de Nicolás Maduro, en el que ha intentado posicionarse como presunta figura de centro entre el chavismo y la oposición. Fracasó en la carrera por entrar al Parlamento respaldado por el oficialismo (período 2021-2026) y el 9 de enero de 2022 intentará ser gobernador de Barinas en la elección que ordenó repetir el Tribunal Supremo de Justicia.

Esto puso de nuevo el nombre de Fermín en redes sociales en diciembre de 2021. Por ejemplo, como protagonista de una supuesta cita de un texto de José Ignacio Cabrujas (1937-1995), fallecido hombre de teatro, de televisión, de prensa escrita y una de las figuras intelectuales de mayor peso en la llamada "cuarta república" (1958-1999). Por ejemplo, en este tuit del crítico de cine y profesor universitario Maurizio Liberatoscioli (06/12/2021):

O en un texto que se replicaba por WhatsApp:

"Más que un hombre, Fermín es una teoría, un sustituto del azúcar, un apotegma (*) viviente y demostrable aunque no demasiado tangible... Fermín no habla, suena, con su aire de camarero chino no se le conoce la menor explicación de sus intenciones".

J.I. Cabrujas sobre Claudio Fermín, 1991

(*) Nota de EsPaja.com: apotegma significa "dicho breve, sentencioso y feliz, especialmente el que tiene celebridad por haberlo proferido o escrito alguna personalidad o por cualquier otro concepto", según la Academia de la Lengua Española

 

¿La descripción metafórica de Claudio Fermín como "sustituto del azúcar" y otras perlas es una auténtica cita textual de José Ignacio Cabrujas? Es verdad. Se trata de un extracto de una columna de Cabrujas que publicó El Nacional, diario impreso en el que el dramaturgo tenía una sección fija (El país según Cabrujas). Al parecer, la fecha exacta de publicación fue el 27 de octubre de 1991.

Debe aclararse, también, que la frase "Fermín no habla, suena, con su aire de camarero chino no se le conoce la menor explicación de sus intenciones" (en WhatsApp) no es exactamente una cita textual, sino una compilación de varias frases sueltas del artículo.

No es la primera vez que el texto fue recordado desde que Claudio Fermín regresó a la escena política con un nuevo partido (Soluciones). En enero de 2020, cuando el también sociólogo no condenó de manera firme el cuestionado nombramiento de Luis Parra como presidente de la Asamblea Nacional, también estuvo en redes el "Claudio según Cabrujas":

"El mismísimo Claudio Fermín llamó a Cabrujas para felicitarlo por este escrito, y verlos conversar por teléfono fue un momento increíble", contó la guionista Carolina Espada en un homenaje por el aniversario 25 de la muerte de Cabrujas (El Pitazo, 22/10/2020).

Prácticamente cualquier texto con la firma de Cabrujas puede ser considerado de elevado interés tanto desde un punto de vista cultural como estilístico, político e incluso histórico. El artículo "Fermín" está en 70 años de humor en Venezuela (2014), libro perteneciente a la Biblioteca Banesco y disponible de manera gratuita en formato digital, página 170 (lamentablemente, con una errata acerca de la fecha del texto impreso original). 

El texto a continuación:

Fermín

por José Ignacio Cabrujas

Suelo imaginarme a Fermín, oloroso a Man Power, a las cinco de la mañana y después de una breve ducha. Debe ser de esas personas (en el caso de que Fermín sea una persona) que se rasuran con maquinita Remington desde los 18 años. Su día comienza de alborada, envuelto en un zumbido confortable, como todo amanecer Mennem, y se extiende hasta la media noche con el rigor de una sinfonía haydeniana.

Son unas 16 horas de continuidad armónica, a partir del flux azul marino y la corbata serial. Ponerse los calcetines tiene que ser en su caso un código ancestral, una especie de instalación desde las rodillas hasta la vecindad del pulgar. Sospecho que debe usar talco Ammen en cantidades heroicas y no precisamente con la intención de aclararse la tez, sino en la diáfana necesidad de deslizarse prenda a prenda, de envolverse y sujetarse sin roce de interiores ni mordedura de pretina. Sospecho también que usa dos colonias según las modulaciones del día. Citronelle en la mañana y Aramis a las seis de la tarde después de la tercera ducha. Ni una mosca vuela en su entorno ni un grillo osa crujir las alas a su paso.

Más que un hombre, Fermín es una teoría, un sustituto del azúcar, un apotegma viviente y demostrable, aunque no demasiado tangible. La palabra es en su caso, sonido, frecuencia, kilohertzio básico. Los ojos entornados, pestañudos, confieren a su rostro cierta serenidad hipnótica, cuando no un apreciable tono Valium que podría ser utilizado como despedida del canal 5, antes del Himno Nacional. La simple posibilidad de disfrutarlo a las diez de la noche en un programa de entrevistas, asegura un sueño profundo y reparador, un verdadero acto de confianza en la especie y en el horizonte. Uno lo escucha y no se entera, porque en el fondo sería como pretender escuchar un gesto. Nada lo altera, nada lo irrita, en esa conciencia de video con la que asume el mundo. Es nuestro Mesmer, en permanente flotación, puesto que su oficio, la declaración de trabajo que debe figurar en su pasaporte, lo remite a la tranquilidad, lo remonta a Lao-Tse y así podría leerse, alcalde sereno, secretario regional sereno, diputado sereno, usuario sereno, softbolista sereno, radioescucha sereno.

Frente a la manera Pérez, un presidente que siempre habla con tono de borrador, el gesto Fermín se reduce a la sintaxis pura. Del sustantivo al adjetivo, del adjetivo al verbo, del verbo a la conjunción y de la conjunción al adverbio. Estamos ante una apología de la gramática, que ni el mismísimo bachiller Pelgrón en tiempos de Andrés Bello. Su tránsito por la Alcaldía de Caracas es y ha sido un acontecimiento absolutamente coreográfico, una auspiciosa levedad del ser, mediante la cual Fermín se retrata y se retrata y se retrata, como un príncipe veneciano cliente del Tintoretto, en busca de temas capaces de realzar su figura. Es un alcalde al óleo y así podría ser consignado en cualquier catálogo de Bellas Artes, como referencia a los títulos de una exposición: Fermín entregando unas radiopatrullas al comandante general de la policía. (Óleo sobre tela, 2.60 x 2.20), Retrato de Fermín acompañado de anciana pobre (óleo sobre tela. 2.10 x l.95), Fermín inaugurando la Ruta popular (aguafuerte sobre madera, 3.50 x 3.00), Retrato de Fermín con Orden Francisco de Miranda en Primera Clase (carboncillo en papel chino, 0.75 x 0.50), Fermín rodeado de niños inaugurando la remodelación de un puesto de yuca en el mercado de Quinta Crespo (óleo sobre tela, 14.9 x l 1.75).

De retrato en retrato, del fulgor en fulgor, Fermín para inri de don Luis Piñerúa, puntea en las encuestas de opinión y se aproxima, raudo y atlético a la candidatura del partido gubernamental. Ante nuestros ojos, curados de cualquier asombro, se ha producido un fantástico milagro, un acontecimiento sin precedentes conocidos en la historia de la nación. Porque, mirándolo bien y manía oposicionista aparte, ¿qué es lo que ha hecho este ciudadano, para lograr semejante proeza democrática? ¿Cuáles son los méritos fundamentales de su gestión al frente de la Alcaldía? ¿De qué manera nos ha transformado la vida a los caraqueños? ¿Qué hay en Fermín más allá de los rollitos Kodak?

El lector, recordará ese aviso que solían publicar los rosacruces en la revista Mecánica Popular. Aparecía allí un fantasmón ensotanado emergiendo de un hueco rodeado de escalones. Junto al espectro y en honorables recuadros, distinguíanse los rostros de Descartes, Leibnitz y creo que Sir Francis Bacon. Enmarcada en un frontispicio clásico evocador de la muralla de King Kong, podía leerse una inquietante pregunta que parecía provenir del batoludo: ¿qué secreto poder tenían estos hombres para haber modificado la historia? Por cuatro dólares, al cambio de 3.35, podía uno enterarse de la respuesta si escribía a cierta dirección de Miami. Así lo hice, a falta de mejor ocupación, en 1954 y quince días más tarde recibí un folleto y un pergamino que me acreditaba como aspirante a rosacruz. En la última página del folleto quedaba respondida la pregunta del ectoplasma togado: Magnetismo. Todo se reducía al magnetismo. Si uno quería modificar la historia y no vivir como un bolsa, el requisito era adquirir magnetismo y magnetismo como un Rayovac tipo doble A. Confieso que durante algunas semanas, me encerré en el dormitorio a practicar mis pases y mis corrientazos con el exclusivo afán de volverme magnético. Pero con el tiempo, me desgané al comprobar que por más pases que hacía y por más pepudos que ponía los ojos, era incapaz de levantar un simple palo de escoba.

Tal vez, me digo ahora, Fermín tuvo mayor tesón. Tal vez, Fermín logró adquirir una condición de magneto, porque de otra manera no me explico semejante faramalla y audacia. En todo caso, tengo meses que no me pierdo una intervención de Fermín en los programas de opinión, y con el tiempo he llegado a distinguir en su figura, esa cualidad, ese anhelo rosacruz, mediante la cual un hombre puede provocar cierto éxtasis zoológico. Porque en efecto, Fermín no habla. Fermín suena. Sus palabras se deslizan en aceite, en rolineras mullidas, y trazan curvas, periplos, círculos, triángulos, suaves colinas, paralelas infinitas, rectángulos perfectos.

Interviene Fermín para explicar la remodelación de unos autobuses, y uno escucha un sonido, una pastosidad que proviene del televisor y que solo podría transcribirse como:

—Tantantan, tantantan, tatan, ta tan.

Pregunta el entrevistador sobre alguna trifulca en Acción Democrática y Fermín responde:

—Zum, zum...zum...zum. ,.zun zum. ..tototon, tototon. . .toton, ton.

Llama alguien por teléfono al estudio e inquiere, de pazguato, si Fermín apoya a los
renovadores y el alcalde responde:

—Rum, rum, rum... siplun... siplun...cacum...

Y es allí donde sobreviene el éxtasis, la voluta sonora que se expande en el vacío, repleta de armónicos y consonancias. Todo es ojo entornado, sonrisa leve, aire de camarero chino. Fermín no para: su voz repasa octavas, trinos, cadencias y todas las dulzuras imaginables. Su rostro es una organización muscular, como la de Carlos Gardel cuando explicaba un desengaño. De él podría decirse lo mismo que del Morocho: ¡No suda! ¡No suda!

Nada dice, nada expresa, nada lo compromete y hasta el momento no le conozco la menor explicación de sus intenciones.

Solo:

—Chumpiti, chum.., chumpitichum...tutun.,.tutun. (Sonrisa). Zan, zan, zan, zan...sasam, saman... (Sonrisa). Chos, chos, chos...chochom, cho... (Ceja). Fatafam, fatafam, fatafam .... (Sonrisa) y tram-tram.

De cuando en cuando, a través de esa maraña sonora, cree uno percibir alguna que otra palabra, simples apoyaturas, al estilo de «¡tienes razón, Sofía!», «…así es, amigo Fernández», «tal como usted dice, mi querida Marieta», «positivamente cierto, Damelys»... «Totalmente de acuerdo con usted, Vallejo»... «toda mi vida he pensado igual que usted, Edgardo».

Y a partir de estos consensos gramaticales, las manos actúan como una referencia positiva, un sistema de afirmaciones donde el «no», tan vulgarmente negativo, se limita a condicionar cualquier pregunta: ¿No cree usted, mi estimado periodista, que tacatan, tan, sería mejor que... ruqui, ruquirun... sum, sum?

Sueño ahora con verlo Presidente, y lejos de desearle un fracaso me siento a punto de augurarle éxito.

Por lo menos, dormiremos ocho horas.

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